martes, 1 de noviembre de 2011

éxito, trabajo y amor

TRABAJO Y AMOR
" Cuando la mano de color de arcilla, se convirtió en arcilla, cuando los pequeños párpados se cerraron, llenos de ásperos muros………Quedó la exactitud enarbolada : el alto sitio de la aurora humana " (P. Neruda)

Fue ahí, en lo más alto de la poesía, donde los seres humanos supimos que el trabajo era sólo una extensión de nuestro espíritu, la manifestación de nuestros sueños, la voz del demiurgo que habita en cada ser humano, creador por excelencia. Recurro a la memoria y escucho la iluminada voz de la madre Teresa de Calcuta …”lo que importa, es cuanto amor ponemos en el trabajo que realizamos.” Pensamientos similares en altura y temática, los hay por todo el acervo mundial; así por ejemplo, Paracelso, el legendario médico suizo, citaba al amor como uno de los cuatro pilares que sustentan la medicina. Es el mismo Paracelso, quien en relación al tema de la educación y la actividad laboral, sentencia… “aquel que piensa que todas las frutas maduran al mismo tiempo que las frutillas, nada sabe acerca de las uvas”. Ni que decir de la obra de Erich Fromm, quien otorga al concepto de amor al trabajo y al perfeccionamiento constante, la elevada condición de constituir los únicos valores capaces de liberar el acongojado espíritu del ser humano.
Ahora bien, aceptemos que es natural y noble condición humana la de aspirar a metas superiores, aspirar digámoslo sin tapujos, al éxito ( Éxito, palabra desde luego hoy muy en boga a la par de glamorosa y sensual). Pero qué significa éxito en la mentalidad contemporánea, ¿Es acaso la condición social la que sutilmente se insinúa? ¿Será tal vez la acumulación compulsiva de trofeos ? ¿Es un acaparamiento materialista de índole meramente económica? ¿O bien es aquella naturaleza íntima, generosa, trascendente que eleva el espíritu? ¿Es un triunfo sobre los demás o sobre nosotros mismos?... Interrogantes que nos recuerdan la eterna dicotomía entre el ser y el tener.
Pues bien, personalmente creo que el verdadero éxito, el triunfo, como todos los actos humanos, revela múltiples proyecciones. Me detengo sólo en algunas : Existe una victoria o éxito que es casi una bendición, una suerte de epifanía mística. Es aquel logro que no ha sido buscado y llega sólo a quienes han amado a tal punto su oficio, su arte, que dedicaron todas sus potencialidades al desempeño de su labor. El mundo los coloca en sitiales de honor y las generaciones, una tras otra, reconocen y agradecen sus logros. Otros, buscan la superación porque aspiran a expresarse en mayor plenitud; imaginan que elevando el perfil de sus labores podrán servir intereses íntimos y pluralistas que asisten al bien común. Este es el triunfo de aquellos que poseen un espíritu solidario de convicción y perseverancia inquebrantable. Pero hay también aquellos que sienten la voracidad del triunfo. Necesitan presumir un talento que creen poseer, o precisan del éxito para diluir la amargura de un complejo, o bien para vivir la embriaguez pirotécnica, efímera, del poder y la gloria. Yo los increpo y pregunto: ¿Cuál es el éxito que atesoran UDS.?
Como vuestro profesor, he recorrido expectante las hojas de sus cuadernos. Allí, como si fuera una proyección de vuestras almas, solía encontrar sueños y desilusiones, junto a la armadura de caballero andante, yacía la soledad de un corazón roto. La vida siempre tiene muchos colores. Pero toda vez, reconocí en sus actos, la impronta de espíritus inquietos, generosos, cercanos a la convivencia fraternal más que a la competencia descarada. Este singular conocimiento, me permite hoy afirmar con fe pública, que cada uno de Uds., ha llegado aquí sujeto a un acto de amor; amor a sí mismos, amor al trabajo, amor al prójimo, amor a Dios, porque el objetivo último que los alienta, es crecer, qué duda cabe. Crecer íntegramente, en lo académico y en lo espiritual.
Sepan pues, queridos ex alumnos, que al crecer UDS., crece la patria, crece nuestra civilización. Este es el verdadero éxito, el verdadero triunfo. Lo digo de una buena vez, con la convicción que otorgan los años y la meditación permanente, el amor, solamente el amor, es la vara para medir el éxito.
Por último, pido solemnemente que en su calidad de alumnos titulados en la Escuela Agrícola Superior de Molina, cuando depositen la semilla en el surco, no olviden dar gracias a DIOS. Vayan pues por el mundo, con sus inquietudes y expectativas, en busca siempre de lo imposible, que en verdad es el único sueño que vale la vida alcanzar y vivir.

Héctor Zamorano Rojas
Profesor de Lengua Castellana
Universidad de Talca
Liceo Polivalente de Teno
Universidad del Mar

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